Para conmemorar el Día del Libro, rescato la figura de doña María González, almanseña que vivió a caballo entre los siglos XVI y XVII. Amante de las artes y las letras, era poseedora de una biblioteca de cierta profundidad, seguramente creada junto a su esposo difunto. En su testamente del año 1634 donaba a su amiga Ángela de Valladolid un libro, a gusto de ella, el “que mejor escoxa”, además de un óleo del Descendimiento de la Cruz.
Por supuesto es imposible conocer la elección, aunque caben varias opciones. Es posible que Ángela eligiese un práctico recetario, típico en las casas de la época. O tal vez una novela sentimental, o un libro de caballerías, ambos géneros muy del gusto femenino de entonces. Aunque los segundos iban destinados a caballeros y jóvenes (el mismo Alonso Quijano), las mujeres fueron lectoras fieles y se sentían atraídas hacia ellos desde la infancia. Teresa de Jesús los leía, por ejemplo. Ángela pudo así llevarse a casa un Amadís, algún cuento de Cervantes, La Diana de Jorge de Montemayor, la misma Celestina, o el Lisandro y Roselia de Sancho de Muñón. O tal vez una novela corta, muy de moda en España desde la segunda década del siglo XVII, género en el que destacaron Tirso de Molina, Cervantes con sus Novelas ejemplares, y también mujeres como María de Zayas, Leonor de Meneses o Mariana de Carvajal. Cualquiera de ellos le serviría a Ángela de evasión, retiro, placer, entretenimiento…
Aunque tal vez pudo optar por una obra de aprendizaje moral, intelectual o religioso. En ese caso elegiría un Libro de Horas, el libro femenino por excelencia de la Edad Moderna, muy útil para la lectura y oración individual en el hogar o en la iglesia (o compartida con otras mujeres, amigas o criadas). Otros devocionarios típicos de la época eran los misales, los libros de memoria de Santos (San Francisco, Fray Luis de Granada, Catalina de Siena…). O el muy famoso “Flos Sanctorum”, un libro de epístolas y evangelios.
En su testamento, doña María dejaba también un libro a Pascual de Torralba, acompañado esta vez de un óleo de la Magdalena. Además de todo lo anterior, Pascual pudo haber elegido algún manuscrito, alguna historiografía clásica o libro ilustrado, comunes entonces entre la afición masculina.
En definitiva, pese a lo que podamos pensar, este sencilla historia muestra que en la Almansa de siglos pasados ya se leía, hombres y mujeres. Y tal vez más que ahora, con una sociedad inundada de estímulos de todo tipo. Asimismo, revela cierto grado de autonomía, independencia y libertad por parte de las mujeres. Ambas usarían la lectura como necesaria vía de escape a aquella sociedad creada a la medida del hombre, y que apartaba a la mujer.
Para saber más:
- Archivo Histórico Provincial de Albacete (AHPAb).
- Álvarez Márquez, Carmen. “Mujeres lectoras en el siglo XVI en Sevilla”, en Historia. Instituciones. Documentos, vol. 31
(2004), pp. 19-40. - Baranda, Nieves, “Las lecturas femeninas”, en Historia de la Edición y de la lectura en España 1472-1914. Coordinado por
Nieve Baranda Leturio. Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2003, pp. 159-170. - Cátedra, Pedro M.; Rojo, Anastasio. «Bibliotecas y lecturas de mujeres: siglo XVI». Salamanca, Instituto de Historia del Libro y de la Lectura, 2004.